Publicidad
Publicidad
Publicidad
Publicidad
Por casi 15 años, el FBI persiguió a un hombre que parecía un fantasma. Su nombre en el mundo digital era 'Tank', un alias que generaba miedo y respeto en los círculos del cibercrimen internacional. Detrás del apodo se escondía Vyacheslav Penchukov, un ucraniano de Donetsk que comenzó su carrera buscando trucos para videojuegos y terminó encabezando algunas de las redes de hackers más peligrosas y sofisticadas de los últimos tiempos.
Hoy, a sus 39 años, Penchukov —quien ahora se hace llamar Vyacheslav Andreev— cumple una doble condena de nueve años en el Centro Correccional de Englewood, Colorado, desde donde concedió una entrevista exclusiva a la BBC. Allí, entre rutinas de ejercicio, clases de idiomas y estudios, el antiguo hacker recuerda su vida con una mezcla de orgullo y resentimiento.
“Soy un tipo simpático, hago amigos fácilmente”, aseguró. Ese carisma fue el mismo que utilizó para liderar, en distintos momentos, dos organizaciones criminales que robaron millones de dólares mediante fraudes cibernéticos, ataques de ransomware y robos directos a cuentas bancarias de pequeñas empresas, ayuntamientos e incluso fundaciones benéficas.
El origen de Tank se remonta a finales de los años noventa, cuando era apenas un adolescente curioso que pasaba horas en foros de internet buscando trucos para juegos como FIFA 99 y Counter-Strike. En esos espacios descubrió los primeros tutoriales de programación y vulnerabilidad de sistemas. Lo que comenzó como un pasatiempo lo llevó a entender cómo funcionaban los códigos, los servidores y las puertas traseras de los sistemas financieros.
A mediados de los 2000, Penchukov ya era una figura central en el grupo Jabber Zeus, una de las primeras y más prolíficas bandas de robo bancario digital. El grupo utilizaba el malware Zeus, un programa capaz de infiltrarse en los sistemas de bancos y empresas para capturar contraseñas y transferir dinero de manera automatizada.
Según su propio relato, Jabber Zeus operaba desde una oficina en el centro de Donetsk. En esa época, dijo, “el cibercrimen era dinero fácil”, porque los bancos no sabían cómo reaccionar ante un ataque digital.
Con apenas 25 años, Tank ya tenía seis autos de lujo, todos alemanes, y un estilo de vida que contrastaba con sus orígenes humildes. Pero su éxito fue su condena porque las autoridades estadounidenses interceptaron las conversaciones internas del grupo y, gracias a un descuido —un mensaje en el que Penchukov mencionó el nacimiento de su hija—, el FBI logró identificarlo.
En 2010, una gran operación llamada Trident Breach llevó a la detención de varios miembros de Jabber Zeus en Reino Unido y Ucrania. Tank logró escapar. “Vi las luces de la policía por el retrovisor y aceleré. Mi Audi S8 tenía un motor Lamborghini. Me salté el semáforo y los dejé atrás”, recordó.
Publicidad
Durante un tiempo vivió oculto, y cuando el FBI retiró su presencia de Ucrania, pareció desaparecer. Abrió una empresa de compraventa de carbón y trató de llevar una vida legal. Pero aseguró que los sobornos, los problemas económicos y la tentación del dinero rápido lo llevaron de nuevo al ciberdelito.
Entre 2018 y 2022, Penchukov se reinventó en un ecosistema mucho más sofisticado: el ransomware, ataques que bloquean los sistemas de una empresa hasta que esta paga un rescate. Trabajó con grupos como Maze, Egregor y Conti, y más tarde lideró IcedID, una banda que infectó más de 150.000 computadoras en todo el mundo. Según contó, llegaban a generar hasta 200.000 dólares al mes, enfocándose en empresas con seguros cibernéticos.
Publicidad
En 2022, tras más de una década prófugo, las autoridades lograron capturarlo en Suiza, en una operación que parecía sacada de una película. “Había francotiradores en los techos. Me tiraron al suelo, me esposaron y me pusieron una bolsa en la cabeza delante de mis hijos”, relató indignado.
Los investigadores lo acusan de haber trabajado indirectamente con servicios de seguridad rusos. “Por supuesto”, respondió cuando le preguntaron si bandas de ransomware colaboraban con el FSB, el servicio de inteligencia de Rusia. Aseguró que algunos hackers mantenían “contactos directos” con funcionarios, lo que explicaría por qué muchos cibercriminales rusos operan con impunidad.
Hoy, desde su celda en Colorado, dice que el cibercrimen es un juego peligroso: “No se puede tener amigos. Al día siguiente los arrestan y se vuelven informantes. La paranoia es constante”. Solo muestra arrepentimiento por haber atacado una organización benéfica infantil. De resto, justifica sus delitos como “errores de juventud” y espera salir antes de cumplir los nueve años de condena.
MARÍA PAULA GONZÁLEZ
PERIODISTA DIGITAL DE NOTICIAS CARACOL