En febrero del año 2000, unos 450 paramilitares se tomaron el corregimiento en los Montes de María. Ni los perros se salvaron de hombres sedientos de sangre.
La violencia llegó a Villa del Rosario, en El Salado, a comienzos de los años noventa.
El frente 35 de las FARC tomó el control del corregimiento. La tierra era la raíz del conflicto y ganaba quien conquistara el corredor estratégico entre el Bajo Magdalena y la costa Atlántica, por donde pasan drogas y armas.
Pero en 1997 las AUC penetraron al territorio, fue cuando corrió la sangre de los primeros inocentes.
“Nos dijeron que teníamos que salir de las casas porque había una reunión en el parque central de El Salado”, recordó Yirley Velasco, que tenía 11 años en ese entonces.
Y como borregos que iban a ser sacrificados en el matadero, no entendían la magnitud de lo que estaba a punto de pasar.
Yirley dijo que en esa ocasión mataron a unas diez personas, entre ellas la profesora del corregimiento, todo “porque supuestamente eran colaboradores de la guerrilla”.
Los paramilitares se fueron con la promesa de regresar y lo hicieron en 1999 regresaron, cuando el sobrevuelo de un helicóptero dejó caer una lluvia de panfletos amenazantes.
“Decía que en diciembre la pasáramos bien, porque después venían cosas feas”, contó Yirley.
El 16 de febrero del año 2000 inició la toma paramilitar.
El primer grupo, comandado por alias ‘Amauri’, salió por la vía del Carmen de Bolívar; el segundo grupo, bajo las órdenes de alias ‘el Tigre’, partió de Ovejas, Sucre; el tercer grupo, con alias ‘Cinco Siete’, avanzó desde Zambrano, Bolívar.
Un día después ‘Amauri’ fue atacado por las FARC y el 18 de febrero los paramilitares expulsaron a la guerrilla y tomaron el control de El Salado.
Los 450 hombres se regodearon de lo que les hicieron a los saladeros.
Fueron 61 víctimas entre hombres, mujeres y niños.
Aunque intentaron huir los encontraron y “nos echaron como un viajado de ganado malo”, narró Édita Garrido.
Otro sobreviviente afirmó que “eran como 80 personas y las dividieron en tres grupos”.
Y como si fuera a empezar un partido de fútbol, un paramilitar leyó la lista de los elegidos y pedía sangre a gritos.
“Cada vez que mataban tocaban haciendo una bulla, como celebrando”, dijo el sobreviviente.
A las mujeres más jóvenes las apartaban para violarlas y quienes se resistían terminaban empaladas como trofeos de guerra.
Yirley recordó su sufrimiento: “me torturaron, hicieron conmigo lo que se les dio la gana, me violaron, me cortaron el cabello, me maltrataron toda mi cara”.
Fueron dos noches y tres días de horror hasta que la Infantería de Marina llegó mientras los paramilitares desaparecieron, nunca se vieron.
Solo se oyó rebuznar al único burro que quedó vivo, porque allí mataron hasta los perros.
Yirley, que ahora es una lideresa, afirma que en cuanto a reparación a El Salado le hicieron el trabajo al revés. “Carretera excelente, centro de salud excelente, colegio a medias, ¿y lo social? (…) Las heridas están abiertas, mucha tristeza”.
Y desde enero de 2019, como ha pasado con muchos líderes como ella, empezaron a amenazarla.