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A la luz de su diagnóstico de metástasis pulmonar, Paola Borda, con tan solo 30 años, enfrenta su batalla oncológica con una entereza que desafía el miedo. “No sé qué asusta más, la palabra cáncer o metástasis”, confiesa, mientras su historia se convierte en un testimonio de lucha y autoaceptación.
A la edad de 27 años, la vida de Paola, madre de un pequeño llamado Emilio, dio un giro inesperado. Tras dejar de amamantar a su bebé, notó una masa que crecía. Los médicos inicialmente le dijeron que era mastitis, argumentando que no era cáncer y que era demasiado joven para una biopsia. Pero después de tres meses de lucha con su EPS, el resultado llegó: cáncer de mama.
El año 2022 estuvo marcado por las quimioterapias, la pérdida de cabello y el cambio físico. Paola recuerda la dureza de ese periodo, especialmente porque Emilio se enfermaba cada vez que ella recibía quimioterapia, obligándola a levantarse y cuidarlo a pesar de tener las defensas bajas. Más allá del dolor físico, el impacto social fue inmediato. “La sociedad no está lista para ver pacientes con cáncer y especialmente cuando eres joven y te ven calvo o te ven con un turbante, la mirada no es tan agradable”, relata.
El cambio frente al espejo fue quizás uno de los desafíos más difíciles. Al principio, tras raparse por primera vez, Paola ni siquiera prendía la luz para entrar al baño, tratando de evitar su propio reflejo. No era capaz de tocarse la calva y usaba pelucas para pretender “como que no pasó nada”. Le daba "pena" que la gente supiera que tenía cáncer y que usaba peluca. Sin embargo, con el tiempo llegó la aceptación. Empezó a entender que ella no tenía la culpa de lo que estaba viviendo. Siguiendo el consejo de su doctor —"haz todo lo que está en tus manos para sentirte bien"— Paola se hizo la micropigmentación de cejas, aprendió a usar pestañas postizas de imán y comenzó a disfrutar del uso de pelucas de diferentes colores, bromeando sobre el tiempo que ahorra en el secado.
La pérdida de sus senos impactó su autopercepción y el sentido de su feminidad. “Yo me siento a veces hombre, o sea, yo a veces digo como parezco un hombre porque pues es plano”, explica, señalando que acostarse a dormir y quitarse las prótesis sigue siendo un momento "fuerte". Incluso su hijo le pregunta: “Ay, ya no tiene senos”. Ella intenta explicarle que son “prótesis”.
Tras un 2023 de relativa calma, en 2024 el cáncer regresó en el seno izquierdo, destruyendo totalmente el tejido y siendo diagnosticado como un cáncer agresivo. El segundo diagnóstico fue distinto emocionalmente. Al enfrentar una nueva cirugía y la necesidad de raparse, Paola sintió que era peor saber lo que venía: “No sé qué es más fácil si cuando tú vas a subirte por primera vez a una montaña rusa... o si tú ya te subiste y sabes que no te gusta, pero te obligan a tirarte”.
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Aun así, la motivación para seguir luchando es inmensa: Emilio. Cuando su hijo le quitó el gorro una noche y empezó a agarrarle la cabeza, Paola supo: “Tengo que hacerlo, o sea, no no hay de otra, tengo que hacerlo”.
Las secuelas médicas han sido severas. Debido a un vaciamiento de ganglios, a Paola no pueden pasarle líquidos ni tomarle la tensión en los brazos; la única opción es a través de los pies, un proceso extremadamente doloroso y constante. Después de la segunda mastectomía, que fue más fácil de aceptar, vino un nuevo golpe: el brote que los médicos creían una alergia resultó ser cáncer en la piel. Terminó recibiendo 33 radioterapias, destruyendo por completo la piel del área afectada, que aún está negra y en curación.
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El diagnóstico más reciente, el más temido, llegó con la palabra metástasis: cáncer en los pulmones. Debido a las aproximadamente 75 quimioterapias que lleva, su cuerpo ya no tolera más toxicidad. Los médicos han optado por quimioterapias orales, unas 20 pastillas diarias, aunque el inicio del tratamiento se ha visto obstaculizado por los problemas de suministro de medicamentos.
El miedo a la muerte y a dejar a Emilio solo está presente, pero Paola ha tomado una decisión radical: ser feliz cada día. “Si mañana me muero, pues el último día estuve feliz”, afirma. Ha aprendido que los sueños cambian: ya no se trata de tener más carros o apartamentos, sino de la salud.
Con una sonrisa y una peluca que refleja su ánimo, Paola Borda mantiene su filosofía: “Yo decidí que el cáncer no me iba a generar miedo... es que yo tengo cáncer y a mí me encanta a veces la cara como que hacen [de que] no pareciera, no se nota”. Para ella, el cáncer, aunque infinitamente más doloroso, se trata como una “gripa”: con medicamentos, sin dejarse vencer por el llanto. Su mayor anhelo ahora es escuchar de sus médicos las palabras: “Estás en remisión, estás libre de cáncer”.
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